Después del compromiso de María y José, la Santísima Virgen quedó encomendada a san José, su castísimo esposo. Esta unión se celebró según la costumbre de la antigüedad: los futuros esposos se dieron la mano, el novio le puso un anillo en el dedo a la novia y la bendición del pontífice selló espiritualmente la promesa recíproca de vivir juntos por siempre.
Tiempo después tuvo lugar en Jerusalén la boda de la Santísima Virgen y san José. Las celebraciones duraron siete días. Luego, los santos esposos regresaron a Nazaret. Desde el siglo XVI, la Iglesia Católica celebra el 23 de enero este santo compromiso, que obviamente es un modelo para todos los novios:
“Todos los bienes del matrimonio se realizan en los padres de Cristo: el hijo, la fidelidad y el sacramento. Reconocemos al niño en el Señor Jesús, fidelidad en que no hubo adulterio y el sacramento en el sentido de que no había separación. Una sola cosa está ausente: la unión carnal”. (San Agustín, obispo de Hipona, Padre y Doctor de la Iglesia).