¡Para vivir en el Espíritu, vivir en María! La perspectiva puede resultar sorprendente, pero no es nueva. Grandes testigos del Espíritu como Marta Robin, Maximiliano Kolbe, el P. Marie-Eugène y, desde luego, Luis María Grignion de Montfort han contribuido a comprender mejor el lugar de la Virgen María en la salvación de la humanidad.
El “secreto” de María es que Ella misma es el secreto de Dios. Dios nos da a María para que engendre al Verbo en Ella y para que engendre al Verbo en nosotros, para que engendre la vida en el Espíritu.
La alegría de Dios fue “entregar” a su Hijo en manos de la Virgen María para que Ella fuera su Madre. A cambio, si quiero llegar a ser hijo en el Hijo, estoy invitado por Cristo a entregarme a María “la Madre” (Jn 19, 26). (…) Cuanto más en mi oración rezo a María, la contemplo, la amo, más se adora a Dios, aunque durante la oración mi corazón permanezca completamente ocupado en María.
El avemaría, oración mariana por excelencia, es una oración cristológica: “Y bendito el fruto de tu vientre, Jesús”. ¿Cómo podríamos separar a la Madre del Hijo? Cuanto más me entrego a María, más Ella me entrega a Dios. Cuanto más me entrego a María, más dejo que el Espíritu Santo habite en mí.
P. Joël Guibert
Renaître d’en haut, Une vie renouvelée par l’Esprit Saint (“Renacer de lo alto: una vida renovada por el Espíritu Santo”). Ediciones del Emmanuel, 2008, cap. 15, págs. 311-313. (extractos)