Cuando era pequeña, mi familia a veces se reunía por la noche en la sala de estar para rezar el Rosario. Sentados en círculo en el sofá, las sillas y el suelo, recorríamos los misterios, rezando un avemaría tras otro. En aquel entonces, no siempre sentí una fuerte unión espiritual. Pero sentí que ese momento era precioso. Mis padres parecían profundamente recogidos en la oración. Estaba intrigada y un poco ansiosa por sentir lo que ellos lograban mediante la oración.
Con el tiempo, llegué a amar el Rosario. A través de los altibajos de la vida, he descubierto que, a veces, el Rosario es como un salvavidas: una conexión sencilla y hermosa con nuestra Santísima Madre y con Jesús. A veces, cuando un problema es grave, el Rosario es exactamente la oración que necesito. Cuando no encuentro las palabras para expresar el peso de una intención, el Rosario me ofrece un camino y me da las palabras que necesito.
Hace varios años, varias personas de mi familia política sufrieron un accidente automovilístico fuera de la ciudad. Recibimos una llamada con muy pocos detalles. Lo único que sabíamos era que todas iban camino al hospital. Nos sentimos impotentes y asustados. No sabía qué hacer. Fue entonces cuando pensé en el Rosario.
Mientras mi esposo respondía llamadas telefónicas, tratando de obtener más información, comencé a rezar el Rosario. Nunca sabré si eso fue lo que cambió el curso de las cosas, pero finalmente supimos que todos estaban bien. Rezar el Rosario me ayudó, recordándome que no estábamos solos, que nuestra Madre Santísima estaba allí para consolarnos y que Dios acompañaba a las personas que amábamos y que estaban a horas de distancia. Como una canción familiar, el ritmo del rezo del Rosario abre un camino hacia Dios. Su repetición simple y poderosa puede ofrecer verdadero consuelo y paz.
Rita Buettner, Catholic Review, 14 de octubre de 2023.