Anne-Marie Coste (1861-1924) tuvo una juventud difícil en un barrio pobre de Lyon (Francia). Fue la mayor de diez hermanos, estuvo enferma desde su adolescencia, padeció artritis cervical y sufrió terriblemente, pero nunca se quejó.
El 6 de noviembre de 1882 fue hospitalizada. La joven reza constantemente. De repente, oye una voz femenina desconocida, muy suave: “Ana María…”. Levanta la cabeza con esfuerzo y ve a dos metros de ella, con un brillo extraordinario, a una persona que no consigue distinguir. Primero ve una sombra, luego la sombra se convierte en mujer... La Virgen María se presenta ante ella y le dice: «¡Me aparezco en la forma en que más te gusta rezarme!». «¡Nuestra Señora de Fourvière!», exclama la vidente.
María le deja un mensaje profético: Lyon sufrirá un grave castigo si sus habitantes no se convierten. La Madre de Dios desaparece y Anne-Marie siente un calor inusual en su cuerpo: acaba de curarse de su artritis.
Seguirán otras apariciones, incluida la del 2 de enero de 1883, en el ático de la pequeña casa de la vidente. La misma luz inefable, la misma dulzura sobrenatural, el mismo vestido real... “Soy una Madre abandonada”, dijo María con voz triste. Luego con tono firme: «Lo que me causa dolor es la ingratitud de mi pueblo. Haréis novenas en todas las parroquias, en todas las comunidades».
En 1883, María se apareció dieciséis veces más. Se cuentan curaciones, como la de un ciego que recuperó la vista después de orar con Anne-Marie. María llega a veces acompañada del Niño Jesús y pide que le acuñen una medalla con su imagen, como en la calle del Bac.
El clero diocesano se muestra abierto y atento, y comunica esta información al arzobispo, monseñor Louis Caverot, quien decide no realizar una investigación canónica, lo que no significa en modo alguno una opinión negativa, sino que asigna a Ana María un director espiritual. Ahora sabe lo que debe hacer: servir a Dios haciéndose religiosa. De hecho, vistió los hábitos en 1891.
Patrick Sbalchiero: 1000raisonsdecroire