San Juan de la Cruz (1542-1591), celebrado el 14 de diciembre, fue un gran místico y defensor de la reforma del Carmelo. Por este motivo, los carmelitas opositores a la reforma lo hicieron secuestrar para obligarlo a renunciar a ella. Después de meses de maltratos y tormentos, la Virgen María viene a anunciarle su liberación:
—Dulce María —responde Juan— perdona a tu siervo, pero estoy tan débil que apenas puedo levantarme. Nunca me dejan en paz.
—Tendrás fuerzas —le promete—. El sueño de tus carceleros no te traicionará.
Ante las palabras de la Virgen, Juan se llenó de confianza y alegría. ¿Quién no puede creer en una promesa de boca de la Madre de Dios? Sintiendo que un extraño vigor lo invadía, se arrodilla y se inclina ante su divina aliada. Cuando levanta la cabeza, solo él permanece en el calabozo. Sacudido por esta visita, estalla en lágrimas.
Al día siguiente, Juan pasa el día haciendo tiras de sus abrigos para tejer una cuerda y desenroscando discretamente la cerradura de hierro del calabozo. Esa misma noche, un joven monje le trae un plato lleno, digno de una auténtica comida. Este joven carcelero, conmovido por la paciencia y la fe del prisionero, se había compadecido mucho de Juan durante su cautiverio. Curiosamente su nombre era Juan de Santa María.
La noche del 17 al 18 de agosto todo sucedió tal como la Santísima Virgen lo había predicho.
Juan de la Cruz murió el 14 de diciembre de 1591 en Úbeda, España, después de una larga lucha por la reforma y contra las calumnias de sus enemigos. Fue canonizado el 27 de diciembre de 1726 por Benedicto XIII y declarado doctor de la Iglesia doscientos años después por el papa Pío XI. Su terrible cautiverio alimentó escritos místicos y espirituales cristianos que figuran entre los más bellos de su género.
Adaptado de: www.fr.aleteia.org