Mis padres, católicos practicantes, me llevaban a Misa cuando era pequeña, pero en realidad no entendía: el cuerpo de Cristo no significaba nada para mí. Cuando llegué a la adolescencia, dejé de ir a Misa.
Después tuve un matrimonio muy caótico y doloroso, y caí en depresión. A veces rezaba o, cuando estaba muy mal, entraba a una iglesia y encendía una vela. Sabía que Él existía, pero lo veía más como un juez. Mi madre, al ver que no me encontraba bien, me dijo un día cuando tenía 26 años: “Junto con tu padre y tu hermana menor, te pagamos un viaje a Roma”. Tomé esta oferta como un salvavidas y acepté.
Durante los diez días que duró el viaje tuvimos tiempo para visitar Roma. El último día pasamos por un pequeño pueblo de Italia llamado San Damián, donde se decía que la Virgen se había aparecido entre los años 1960 y 1980. Una vez allí, mi primera impresión no fue muy buena: rezamos el Rosario en latín… Lo recé para complacer a mis padres, pero no significó nada para mí. Pensé que estaban todos locos. Además, en abril hacía mucho frío y llovía. Entonces pedí una señal: ¡que haga sol al mediodía!
Durante el Rosario, hubo un minuto de silencio. Y ahí realmente sentí como si alguien me estuviera poniendo un abrigo. Y, de repente, ya no tenía frío. En mi interior veía la imagen de un espejo roto. En un minuto releí mi vida: puse lo bueno de un lado y lo malo de otro. ¡Y sabía adónde tenía que ir! Y comencé a rezar el Rosario en latín, aunque no lo sabía: las palabras aparecieron en mi boca. A partir de ese momento, me encantó rezar el Rosario porque sentí el amor de la Santísima Virgen que, poco a poco, me llevó a Jesús y me trajo de nuevo a Misa.
Cuando regresé de esta peregrinación, estaba feliz, ¡aunque cuando la comencé, estaba muy triste! Y esta alegría me ayudó en las pruebas. Desde entonces, ha sido un camino: no todo sucede de la noche a la mañana. Dios está conmigo todo el tiempo. Hablo con Él todo el día. Oro para que venga su Reino. Oro por los planes de Jesús y para que Él cuide a los míos. Lo hace muy bien, con amor y delicadeza. Y me gustaría mucho que todos creyeran en Él: es todo amor.
Testimonio de Marie-Claire: www.decouvrir-dieu.com