En el cuadernillo personal de Bernardita de Lourdes, encontramos notas como esta a la Virgen María: “Oh Madre mía, toma mi corazón e introdúcelo en el corazón de mi Jesús”.
También anota: “Lo importante no es hacer mucho, sino hacerlo bien”. Todas sus acciones darán testimonio de ello. Treinta años antes de Teresa del Niño Jesús, esta práctica del amor en las ocupaciones cotidianas, si bien siempre ha sido recomendada para la vida cristiana, no era el canon de santidad más reconocido y el comportamiento de Bernardita confundía a menudo a quienes la conocían, a veces incluso a sus superioras.
Una de ellas, molesta por la sencillez un tanto burda, por la ausencia de misticismo y por la alegría poco “devota” de Bernardita, se niega a creer que la Madre de Dios haya podido elegirla a ella para sus apariciones. Y le pide pruebas. Bernardita se levanta una parte del habito y deja ver la herida en su rodilla producida por la tuberculosis cutánea, a pesar de la cual seguía trabajando. Entonces añade: “Quizás esto ayude”. Su interlocutora queda impresionada.
El último año de su vida terrena, 1879, será muy duro. Al sufrimiento físico se suma el de la noche de la fe. Como la carmelita de Lisieux unos años más tarde, Bernardita experimentará los dolores de la duda interior. De esta prueba de amor puro, ella saldrá victoriosa con todas las fuerzas de su voluntad tensa en la fe ciega, refugiándose en el seno de María, apoyándose a toda costa en el Corazón de Jesús y pidiendo su gracia para permanecer fiel.
Enciclopedia Mariana