En este sábado, día de los misterios gozosos del Rosario, meditamos el primer misterio gozoso, la Anunciación del ángel Gabriel, y nos unimos a la obediencia de María a la Palabra de Dios y a su disponibilidad interior para responder a esa voluntad. El saludo del ángel Gabriel causa inquietud en María. Este problema solo se debe a su humildad al escuchar elogios tan contrarios a la opinión que tenía de sí misma. María escucha religiosamente la Palabra antes de consentirla con todo su ser. Ella interroga al ángel para comprender mejor cómo la Palabra se hará realidad en Ella.
La respuesta de María: "Soy la sierva del Señor", es el fiat de María, el "amén", con el que abraza la voluntad divina. Inmediatamente después del fiat de María, el Verbo se encarna en Ella. La Anunciación es la primera y más bella Misa de la historia. En la Eucaristía, justo después de nuestro amén, el sacerdote nos presenta la hostia, Jesús desciende a nuestro corazón para encarnarse en nosotros.
Con la gracia de Dios, María cooperó plenamente en cada momento, incluso cuando no entendía el cómo ni el porqué de lo que Dios estaba haciendo en su vida. Cada avemaría expresa y aumenta en nosotros nuestro deseo de decir “sí” a Dios en todo lo que Él desea que seamos y hagamos. “Bienaventurados los que hacen su voluntad, buscándolo de todo corazón” (Sal 118).
El “sí” de María abrió la puerta de la salvación para todos y trajo al Salvador al mundo. Asimismo, nuestro “sí” nos une a Jesús y le permite ofrecer nuevamente su vida por nosotros. Jesús nos espera con gran deseo. «Te llamé por tu nombre porque eres preciosa a mis ojos, significas mucho para mí y te amo» (Is 43).
Gracias María por tu fiat al ángel Gabriel y por convertirte así en Madre de Dios. Gracias también, María, por haber dado en silencio tu fiat a Jesús crucificado, que te dijo: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”, pidiéndote así que seas madre, no solo de Juan, su discípulo amado, sino también, a través de él, la Madre de todos sus discípulos. Permítenos acogerte en nuestro hogar como Madre nuestra y Reina nuestra, para que extiendas tu divina maternidad sobre nosotros y sobre nuestra vida, enseñándonos así a ser cada vez más verdaderos hermanos y hermanas de Jesús, para alegría de nuestro Padre celestial. Amén.
Meditación del primer misterio gozoso preparada por los Misioneros de la Santa Eucaristía