En los suburbios de París vivía, en los años 1950, el famoso médico Luis Granpas, conocido por su talento y su benevolencia hacia los pobres. Hijo de una familia rica, se había casado con la heredera de una gran fortuna. Gran cristiano, se propuso servir gratuitamente a los pobres. Incluso, durante sus escasas vacaciones, encontraba la manera de ejercer su profesión de forma voluntaria.
Un domingo regresaba por la noche de un congreso de médicos. Cargado con un pesado maletín, detiene un taxi y le da su dirección. El conductor, de aspecto sombrío, toma la maleta, la coloca en el asiento de al lado y le dice con tono seco: “¡Suba!”. Por lo general, el doctor Granpas no juzgaba a nadie por su apariencia, pero el comportamiento del conductor le pareció extraño. Sobre todo cuando este último arrancó a toda velocidad, ¡en dirección opuesta!
Al abrir la puerta, ordena al conductor que se detenga. Pero este continúa a toda velocidad, sale de la ciudad y se adentra en una interminable carretera en mal estado... Granpas quería apoderarse de su revólver, pero ¡lo había dejado en el maletín que estaba al lado del conductor! Toma entonces el rosario que lleva siempre consigo y se pone en manos de María.
Finalmente el coche se detiene frente a una casa. El conductor abre la puerta y le dice: “Pase rápido, doctor, mi hijo se está muriendo”. Enseguida el médico comprende: el miedo a llegar demasiado tarde empujó al conductor a esta loca carrera. Entra y descubre a la madre inclinada sobre la cuna de un niño pequeño que se retuerce con incesantes convulsiones.
¡"Rápido, mi maletín!" —Utilizando todos sus medios, el médico calma al enfermito, lo cura y luego espera el resultado de su intervención.
En sollozos, el padre se disculpa por haberlo “secuestrado” a semejantes horas:
— Verá, doctor, llamé a tres médicos que conocía, pero no encontré a ninguno. Con gran pesar, tuve que dejar a mi hijo para ocuparme del turno de la noche. Cuando lo vi, solo tuve una idea: salvar a mi hijo.
—Sí, pero ¿cómo supiste que yo era médico?
—Pero ¡si está escrito en su maletín!
—Es verdad, no lo había pensado.
Entonces la madre dijo: "No sé si usted es creyente; pero, cuando entró, yo estaba terminando de rezar el ‘Acordaos’ con toda mi alma". Luego, sonriendo, el médico saca el rosario de su bolsillo: "Aquí —dice— está el arma que yo empuñé durante nuestra loca carrera". "Usted es el enviado de la Madre de Dios", dijo la madre, visiblemente conmovida.
Testimonio de Suzanne Voiteau, en "Maria Regina", núm. 11, 1952, tomado de Recueil Marial (“Florilegio Mariano”), del hermano Albert Pfleger.