Desde la Pascua de 1896 hasta su muerte, un año y medio después, Teresa vivió una noche de fe en la que se sintió separada de la certeza del Cielo, de la Patria celestial como por "un muro que se eleva hasta el cielo"; pero reconoce en María “sumida en la angustia del corazón” el ejemplo del alma que busca al Señor “en la noche de la fe”. “No, la Santísima Virgen nunca se me ocultará”.
Durante el retiro de septiembre de 1896, comprendió de un modo nuevo su llamada al amor infinito: "Mi vocación es el amor (…) Sí, he encontrado mi lugar en la Iglesia (…), en el corazón de la Iglesia, Madre mía, seré el Amor. Así seré todo".
El último poema que escribió en mayo de 1897 se tituló “Por qué te amo, oh María”. En este poema, "dije todo lo que predicaría sobre Ella", dijo en agosto, en el gran sufrimiento de su enfermedad. Encontramos en esta poesía el fruto de las meditaciones de Teresa, que leyó "ante todo el Evangelio" para descubrir a María "en su vida real".
En junio de 1897, continuó escribiendo la historia de su vida, el Manuscrito C, dedicado a la madre priora María de Gonzague. Muestra allí el modo de vivir la noche “cuando solo queda el amor”, la alegría de amar como ama Jesús, la fuerza de la oración “que dilata el corazón y une a Jesús”. Admite que "toda su vida le costó mucho rezar (su) Rosario":
"Por mucho que intento meditar los misterios del Rosario, no consigo concentrarme (...). Durante mucho tiempo lamenté esta falta de devoción que me asombraba, porque amo tanto a la Santísima Virgen que debería serme fácil hacer en su honor oraciones que le sean agradables. Ahora me preocupa menos, pienso que la Reina del Cielo, siendo mi Madre, debe ver mi buena voluntad y contentarse… La Santísima Virgen me demuestra que no está enojada conmigo, nunca deja de protegerme tan pronto como la invoco".