Así como los pastores eran los custodios de los corderos (sacrificiales) del Templo, José y María eran los custodios del Cordero de Dios. Los pastores percibieron en María el cumplimiento de la ley y de los profetas, la que también se cumple en nosotros.
Después de ver al niño en brazos de su madre, «los pastores volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían visto». En María vieron la realización de la gran bendición de los israelitas: «¡Que el Señor te bendiga y te guarde!» Moisés había mandado a los sacerdotes a orar y he aquí a María, bendecida por el Padre y protegida por el Hijo.
“¡Que el Señor haga resplandecer su rostro sobre ti y tenga de ti misericordia!, prosiguió la bendición, y aquí vemos el rostro del mismo Dios resplandeciendo sobre María, llena de gracia.
«¡Que el Señor te mire con bondad y te dé paz!» prosigue la bendición, y María está rodeada de ángeles cantando ¡Paz en la Tierra!».
Sabemos, sin embargo, que esta bendición no está reservada a María, sino que es para todos nosotros. En la Misa rezamos el Salmo 67: "Que su rostro resplandezca sobre nosotros", sobre todos nosotros. “Que tu camino sea conocido en la Tierra entre todas las naciones”, incluyendo nuestro propio país. “¡La gente te alaba, oh Dios, toda la gente te alaba!", continuamos. “¡Que le teman todos los confines de la tierra!».
Oramos para recibir la bendición que María recibió primero.
Tom Hoopes, 29 de diciembre de 2022.
Traducido y adaptado del inglés: https://media.benedictine.edu/