Entonces, lo que decimos en el Credo es verdad: ¿Creo en Jesucristo, Hijo único de Dios, nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de Santa María Virgen?
La respuesta sin reservas es: sí. Karl Barth señaló que, en la historia de Jesús, hay dos momentos en los que Dios interviene directamente en el mundo material: el nacimiento del seno de la Virgen y la resurrección del sepulcro, en los que Jesús no permaneció ni sufrió corrupción. Estos dos hechos representan un escándalo para la mente moderna. A Dios se le concede operar sobre ideas y pensamientos, en la esfera espiritual, pero no en la esfera material. Eso molesta. Ese no es su lugar.
Pero se trata precisamente de eso, es decir, de que Dios es Dios y no está presente solo en el mundo de las ideas. En este sentido, en ambos puntos, se trata de la misma esencia de Dios. La pregunta en juego es: ¿le pertenece también la materia?
Por supuesto, uno no puede atribuir a Dios cosas sin sentido, irracionales u opuestas a su creación. Sin embargo, esto no es algo irracional o contradictorio, sino algo positivo: el poder creativo de Dios que abarca a todo el ser. Por eso estos dos momentos, el nacimiento virginal y la verdadera resurrección del sepulcro, son piedras de toque para nuestra fe.
Si Dios no tiene también poder sobre la materia, entonces no es Dios. Pero Él tiene ese poder. A través de la concepción y de la resurrección de Jesucristo, dio paso a una nueva creación. Así, como Creador, es también nuestro Redentor. Por eso, la concepción y nacimiento de Jesús son un elemento fundamental de nuestra fe y un faro de esperanza.
Papa emérito Benedicto XVI, L'Enfance de Jésus (“La infancia de Jesús”), capítulo 2. Traducido del francés.