3 de agosto – Francia: Acto de consagración a María inspirado por san Pedro Damián y aprobado por el arzobispo de Cambray (1626) – San Gamaliel y San Abibón

En el lugar donde María acompaña los funerales de san Esteban (I)

CC0/Wilson44691.
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El viernes 3 de agosto de 415, un sacerdote llamado Luciano, a cargo de la iglesia de Cafarmagalia (hoy Beit Gemal), un pueblo ubicado a unos 30 km al oeste de Jerusalén, vio en sueños al gran rabino Gamaliel, contemporáneo de Cristo, quien le reveló que él estaba enterrado allí, así como san Esteban y Nicodemo. Las reliquias fueron trasladadas a la iglesia de Hagia Sion (ahora Abadía de la Dormición), en Jerusalén, y se erigió un monasterio en Beit Gemal ("la casa de Gamaliel"), cerca del convento de las Hermanas de Belén, donde una iglesia de los salesianos guarda la memoria de la aparición.

A la tercera hora de la noche, cayendo en una especie de éxtasis, Luciano vio a un hombre muy viejo, alto y lleno de dignidad, de cabellos blancos y barba larga, vestido con una estola blanca adornada con borlas de flores doradas con una cruz en medio, quien sostenía un báculo de oro en su mano y le decía:

« Luciano, Luciano, Luciano, ve a la villa de Aelia, es decir, a Jeursalén y dile al santo obispo Juan, estas palabras: ¿Hasta cuándo vamos a seguir aquí encerrados sin que nadie venga a liberarnos? Es bajo tu episcopado que debemos darnos a conocer. Abrid pronto el sepulcro donde han sido depositadas sin cuidado nuestras reliquias, para que por medio de nosotros Dios abra la puerta de su clemencia al mundo, ya que sus numerosas y diarias faltas lo ponen en peligro».

El padre Luciano respondió: «¿Quién eres, Maestro, y quiénes son los que están contigo?».«Soy Gamaliel, el apóstol de Cristo que crió a Pablo y le enseñó la Ley en Jerusalén. El que está junto a mí en el sepulcro, al oriente, es Esteban, apedreado por los príncipes de los sacerdotes y los judíos en Jerusalén por su fe en Cristo. Fuera de la puerta, al norte, por el camino de Cedro, él permaneció un día y una noche en la tierra, sin sepultura, para convertirse, según el mandato profano del Sumo Sacerdote, en presa de las fieras. Pero, por voluntad de Dios, nada lo tocó, ni animal, ni pájaro, ni perro.

(Este artículo continúa mañana)

 

Equipo de redacción de Marie de Nazareth

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