15 de abril – Ucrania: Nuestra Señora de Kiev

En el corazón femenino de María, piedra angular de la Ciudad celeste

El amor redentor de Cristo sostiene la fidelidad de quienes han recibido, como la Virgen Soberana, el don del amor indiviso. “No se puede separar la pureza, que es amor, de la esencia de nuestra fe, que es caridad, estallido de amor constantemente renovado por Dios” (san Josemaría, Amigos de Dios, § 186). La castidad, en los diferentes estados de vida, hace más visible la imagen de Cristo, de la Iglesia y del Reino de los cielos definitivo. La santidad y la virginidad se besan en el corazón femenino de María, piedra angular de la Ciudad celestial.

La santidad de María, tesoro de la caridad hacia Dios y el prójimo, está asociada a su virginidad, don exclusivo de sí mismo con vistas a la encarnación del Verbo. Nuestra Señora une las dos prerrogativas en un grado “eminente y singular” (Concilio Vaticano II, Lumen Gentium, §63). La plenitud de la gracia de María es un dato inalienable de la fe. Además, su virginidad, primicia de la Nueva Alianza, es profesada en los símbolos antiguos.

La liturgia lo atestigua: santa porque, entre los elegidos, ella fue “la única que se elevó por debajo de Dios” (san Pedro Damián, Himno de la Asunción); virgen, porque "nunca alguien la precedió, ni habrá igual a ella en el futuro" (Caelius Sedulius, canto pascual 2, 69). Si la santidad de Nuestra Señora es honrada por varias festividades, su virginidad se destaca aún más, entre otras, en la presentación del Señor (Santa Sede, La piedad popular, §122).

Abad Fernandez

Opus Dei

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