En una carta fechada el 26 de diciembre de 1870, Mélanie Calvat, a quien se le apareció la Virgen María en la montaña de La Salette, explica cómo la iluminaron los mensajes de la Santísima Virgen:
Hay gente que desearía que la Virgen no hubiera hablado tanto. Lástima que sean poco generosos con una pobre pastora que deseaba de todo corazón que el mundo entero hubiera visto y oído lo que ella vio y oyó durante media hora, porque todos se habrían convertido... Y las personas que dicen que la Santísima Virgen no habla tanto, hubieran entendido bien y entendido mejor que lo que los libros enseñan (si es que hay libros que lo enseñen). Lo que sucede es que las palabras del Cielo no son solo palabras, es decir, que el que las escucha, no se detiene en la letra, en la palabra, sino que cada palabra se desarrolla y la acción futura tiene lugar en el momento, y se ve mil veces más de lo que oyen los oídos.
Nos elevamos a una altura que no es el Cielo y tal vez ni siquiera cambiamos de lugar; pero uno ve y uno oye todo, uno comprende sin decir nada y uno se olvida por completo de sí mismo. Y, sin quererlo, entramos en el espíritu de los cuadros que se exponen: es decir, si es un cuadro triste, estamos tristes; si es alegre, estamos felices, se siente alegría. Vemos las trampas que se hacen; vemos reyes de la Tierra, que cada uno tiene varios ángeles guardianes: los vemos agitarse, hacer, deshacer; vemos los celos de unos, la ambición de otros, etc. etc. Y todo esto en una sola palabra que sale de los labios de quien hace temblar al infierno, la Virgen María.
Si esta gente hubiera visto alguna vez a alguien del Paraíso, ya no dirían que el espíritu que les habló no dijo tantas cosas, sino que preferirían decir que les es imposible decir todo lo que saben.
Carta de Mélanie al abad Félicien Bliard del 26 de diciembre de 1870, recogida en el libro Découverte du Secret de La Salette (“Descubrimiento del secreto de La Salette”) del abad Laurentin y del padre Corteville. Fayard 2002, pág. 216.
Y también: Enciclopedia Mariana