Hoy sábado, día de los misterios gozosos, meditemos el tercer misterio gozoso, el nacimiento de Jesús en Belén (Mt 2, 1-12; Lc 2, 1-20), cuyo fruto es el espíritu de pobreza.
La Sagrada Eucaristía es la continuación de la Encarnación de Jesús. Cuando llegamos al Santísimo Sacramento, llegamos a Belén, cuyo nombre significa “Casa del Pan”. Jesús eligió nacer en Belén, porque quería permanecer entre nosotros para siempre como el “pan vivo, bajado del cielo” (Jn 6,51).
Dios nunca dejó de enaltecer a los Reyes Magos por honrar a su Hijo en Belén. Así, nuestra humilde visita a Jesús Sacramentado le produce tal alegría que se repetirá por toda la eternidad, acelerando el día en que Jesús establecerá en la Tierra la paz prometida.
Nuestro privilegio de venir a adorarlo es tan grande como el de María, José, los Magos y los pastores, porque Jesús continúa su Encarnación en la Tierra. El Verbo vuelve a hacerse carne y habita entre nosotros, velado bajo las especies de la Hostia sagrada. Allí, el mismo Jesús, nacido hace dos mil años, está presente para nosotros de forma verdadera, real y corporal.
Entreguémonos a María para obtener la pobreza, ella que no hizo caso ni de las miserias y humillantes circunstancias del nacimiento de su Hijo, ni de la indiferencia del mundo exterior, porque encontró todas sus riquezas en la abundancia de su amor y todos sus tesoros en la presencia real de su Hijo.
Entreguémonos a María, para que nos enseñe a desprendernos de todo hasta el punto de que Jesús en la Sagrada Eucaristía se convierta en nuestro mayor tesoro, nuestra "perla de gran valor" y sea así nuestra "riqueza insondable" (Ef 3, 8).
No prestemos atención a la miserable condición de nuestra alma, como María no prestó atención a la miserable condición del establo. María nos ayuda a alejarnos de nuestras miserias, para que podamos contemplar a Jesús, en quien encontramos nuestra dignidad y nuestra identidad por su amor sin límites a nosotros en la Sagrada Eucaristía.
Cristo embellece eternamente nuestra alma con cada Comunión y con cada visita que le hacemos al Santísimo Sacramento. Toda la vida de María se puede resumir en una palabra: adoración.
Meditación propuesta por los Misioneros de la Santa Eucaristía