Hoy miércoles, día de los misterios gloriosos, meditemos en el tercer misterio glorioso, la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles (Hechos 1, 14 – 2, 47), cuyo fruto es, precisamente, la venida del Espíritu Santo a nuestras almas.
El tiempo pascual termina con la festividad de Pentecostés, que conmemora el misterio de la venida del Espíritu Santo sobre Nuestra Señora y los Apóstoles. Este don del Espíritu Santo se extiende sobre ellos y, a través de ellos, a toda la Iglesia. Cristo oró por esta misión del Espíritu Santo: “y yo pediré al Padre y les dará otro Paráclito” (Jn 14, 16). Prometió a sus apóstoles que se lo enviaría. Por su sacrificio, mereció este envío para nosotros, que no tiene otro fin que completar la edificación de la Iglesia y llevar a la perfección nuestra vida espiritual.
En la Trinidad, el Espíritu Santo es el amor que une al Padre y al Hijo. Se le atribuyen de manera particular todas las obras que conducen a la unidad. La Encarnación se realizó a través de él y se concretó en María. Nuestro Credo nos enseña que Jesús “fue concebido por obra del Espíritu Santo”. En nosotros, el Espíritu Santo es como el alma de nuestra alma, el principio de nuestra vida espiritual. Actualmente, gracias a su acción, la vida de gracia iniciada en el bautismo puede alcanzar su plenitud.
Con Nuestra Señora, pidamos al Espíritu Santo que nos permita conocerlo y que haga crecer en nosotros la caridad y el celo apostólico. “Ven, Espíritu de verdad, ilumina nuestras mentes para que en nuestros corazones se encienda el fuego del amor, del que tú eres el hogar infinito”.
“Difunde en nosotros, Señor, tu espíritu de caridad, para que a través de ti podamos vivir en armonía”.
Meditación propuesta por la Abadía de Fontgombault