El 11 de noviembre de 1918, a las 11:00 de la mañana, las campanas de los 40,000 municipios de Francia repican intensamente. Todo el mundo entiende lo que esto significa porque, desde hace unos días, circula el rumor: Alemania ha pedido un armisticio. Este toque de las campanas es el anuncio largamente esperado: ¡se firma el armisticio! ¡La guerra terminó!
Los hombres volverán, la vida se reanudará sin la angustia diaria del anuncio de un hijo, un marido o un padre muertos en combate. Pero, entre los 40,000 municipios que celebran el evento, solo unos pocos, menos de diez, no contarán, a partir del año siguiente, con un monumento a sus muertos. Ese monumento, memorial de la guerra, se ha vuelto tan familiar, que ya casi nadie lo nota cuando cruza esos pueblos de Francia...
Entre ellos, hay un pequeño pueblo para el que esta alegría de ver regresar a todos sus hijos tiene una causa profundamente conmovedora. Se trata de Fresnes, un pueblo del Yonne, donde una treintena de jóvenes estaban «en los ejércitos» desde el 3 de agosto de 1914, día de la declaración de guerra. En Fresnes, desde aquel primer día maldito, las mujeres iban todas las mañanas a la iglesia a rezar a la Santísima Virgen «para que sus hombres volvieran de la guerra».
Recibían regularmente el boletín del ejército con la larga lista de soldados que habían muerto por su país. Cada vez, exhalaban un suspiro de alivio: ninguno de «sus hombres» aparecía en la lista siniestra. A principios de 1919, ¡todos los hombres regresaron al pueblo! «Algunos soldados resultaron heridos, pero todos regresaron. Uno de ellos había sido herido más gravemente, pero vivió hasta su vejez», dice un veterano de Fresnes.
Bendita seas, oh Santa María, por haber protegido a estos hombres, por haber respondido a la ferviente oración de estas mujeres que creyeron en tu protección.
Asociación Marie de Nazareth