Desde el punto de vista cristiano, Eva, la primera mujer, pronto se convirtió en la que, junto con Adán, arrastró a toda la humanidad al naufragio del pecado original. Dios prometió un Salvador y, al mismo tiempo, se anunció a la madre del Redentor, en el texto del Génesis: "Pondré enemistad entre ti y la mujer" (Gn 3,15).
Abraham, nuestro "padre en la fe", obedeció completa e incondicionalmente a las promesas de Dios, incluso cuando, debido a hechos externos, le fue difícil ver cómo se cumplirían esas promesas. El papa Juan Pablo II, en su homilía en Nazaret el 25 de marzo de 2000, llamó a la Virgen María "la más auténtica de las hijas de Abrahán" porque, con gran fe, se convirtió en Madre del Mesías y Madre de todos los que creen (cf. homilía publicada en el semanario L’Osservatore Romano, edición francesa, 4 de abril de 2000, pág. 11).
Estos son los símbolos de la Virgen María que se pueden encontrar en la Biblia hebrea, el Antiguo Testamento para los cristianos: encontramos a la Virgen Madre prometida en el Génesis y en Isaías, la Hija de Sion, el Huerto del Edén, la Amada del Cantar de los cantares y el Arca de la Alianza. Rut es un símbolo de María y de la Iglesia porque está colocada providencialmente en el árbol genealógico de Cristo. Ester y Judit también son símbolos de María, como socios del Salvador en el desarrollo del plan divino de salvación.
La Virgen María podría considerarse, junto con Cristo, como la mayor gloria del pueblo judío. De entre estas personas de la Alianza, Dios eligió a esta figura excepcional para que diera a luz al Salvador de la humanidad. No podemos sino rezarle para que nos obtenga de Dios la gracia de promover cada vez mejores relaciones judeocristianas.
Cardenal Francis Arinze
Reflexiones dadas durante el Coloquio "Marie dans les relations œcuméniques et inter-religieuses" (María en las relaciones ecuménicas e interreligiosas), Lourdes, 8 de junio de 2001.
Omnis Terra (edición francesa), n. 382, mayo 2002, pp. 182-188.