La Eucaristía está en el centro de nuestra capilla y la capilla, a su vez, está situada en el centro de nuestro monasterio. Nuestra jornada se organiza en torno a la Eucaristía, con la Misa diaria y las horas del Oficio Divino que de ella resultan, y el horario diario de las hermanas que se turnan para velar y adorar al Señor. Esta centralidad física refleja una centralidad espiritual más profunda: la Eucaristía está en el corazón de nuestra vocación como religiosas dominicas de clausura.
Como hermanas contemplativas, estamos llamadas a buscar el rostro de Dios. Muchos monasterios dominicos en los Estados Unidos tienen el privilegio de la adoración perpetua. Aquí, ante la custodia, contemplamos su rostro oculto, llevando ante él los sufrimientos y las pruebas, las necesidades y las peticiones, las alegrías y las acciones de gracias del mundo entero. Continuamente recibimos llamadas telefónicas, cartas y mensajes que nos preguntan: «¿Podrían rezar por...? ».
En nuestro monasterio tenemos la tradición de rezar lo que llamamos “el Rosario de adoración”. Durante la hora que nos ha sido asignada, contemplamos los misterios de la vida de Cristo a través del rezo del Rosario, mientras lo adoramos en su presencia eucarística. Hay tanta paz en esta tranquila capilla, donde miramos a Nuestro Señor mientras desgranamos las cuentas del rosario.
La misión de la orden dominica es “contemplar y dar a los demás los frutos de nuestra contemplación”. Siendo religiosa de clausura, no palpo los frutos de mi contemplación predicando como lo hacen los hermanos, sino que, de alguna manera misteriosa, la Palabra contemplada en mi corazón da fruto a través de la Palabra predicada por los demás.