En el árbol de la cruz, a la hora de la muerte, Jesús confió su discípulo Juan a María: “«Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa” (Juan 19,26).
Al recibir al discípulo, María se convierte en Madre de todos los hombres. Su corazón está abierto a todas las necesidades, sus manos están extendidas a todas las peticiones, su manto es suficientemente amplio para cubrir a toda la humanidad.
Así que acerquémonos con confianza al trono de la gracia y recibamos la oportuna ayuda de María. Quienes han confiado en ella nunca han quedado defraudados, nunca quienes han recurrido a ella han sido decepcionados.
“¿Quién se atrevería a arrancarnos de su seno, qué tentación podría vencernos, si nos encomendamos a la protección de la Madre de Dios y Madre nuestra?», exclama san Roberto Belarmino.
¿Qué nos puede suceder si nos refugiamos en su Inmaculado Corazón? Por tanto, no hagamos oídos sordos a la invitación de Cristo que nos ofrece a María por madre. Llevemos a la Virgen María a nuestro hogar, consagrémonos a su Inmaculado Corazón y ¡que finalmente se produzca el reinado del Corazón de Jesús y de María!
Dios les salve, corazones amabilísimos y amorosos de Jesús y María. Les ofrecemos, damos y consagramos nuestro corazón. Tómenlo, límpienlo y santifíquenlo, para que vivan y reinan en él ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Padre Jean, Abadía de Santa María de Lagrasse