9 febrero – Italia: Nuestra Señora del Castillo (1558) - Beata Ana Catalina Emmerich

María reza como Madre y como discípula

María permanece abierta a la voz de Dios que guía su corazón, que guía sus pasos adonde se necesita su presencia. Una presencia silenciosa de Madre y discípula. María está presente porque es Madre, pero también está presente porque es la primera discípula, la que mejor aprendió las cosas de Jesús. María nunca dice: “Vamos, resolveré las cosas”, sino: "Haz lo que él te diga", señalando siempre a Jesús. Esta actitud es típica de la discípula y ella es la primera discípula: reza como Madre y reza como discípula.

“María guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón” (Lc 2,19). Así describe el evangelista Lucas a la Madre del Señor en el Evangelio de la infancia. Todo lo que sucede a su alrededor acaba reflejándose en lo más profundo de su corazón: tanto los días llenos de alegría, como los tiempos más oscuros, cuando a ella también le costaba trabajo entender qué caminos debía seguir la Redención. Todo termina en su corazón, para ser tamizado por la oración y transfigurarse por medio de ella.

Desde las ofrendas de los Reyes Magos o la huida a Egipto, hasta ese terrible viernes de la pasión: la Madre todo lo conserva y todo lo habla en su diálogo con Dios. Algunos han comparado el corazón de María con una perla de incomparable esplendor, moldeada y pulida por la paciente acogida de la voluntad de Dios a través de los misterios de Jesús meditados en la oración. ¡Qué hermoso sería si nosotros también pudiéramos parecernos un poco a nuestra Madre! Con un corazón abierto a la palabra de Dios, con un corazón silencioso, con un corazón obediente, con un corazón que sabe recibir la Palabra de Dios y que la deja crecer como una semilla para bien de la Iglesia.

Papa Francisco, Roma, catequesis del 18 de noviembre de 2020.

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