Llevar en nuestro cuerpo los rasgos de María y amarla en la gloria significa convertirse en hombres y mujeres de la Eucaristía, cuya vida está guiada por el "Hagan esto en memoria mía" para preparar el camino de nuestro ascenso hacia el cielo. La preparación de este camino requiere un cuidadoso discernimiento, no todos los caminos conducen a Cristo (…).
Llevar los rasgos de la Madre de Jesús resucitada en gloria, como hombres y mujeres eucarísticos inmersos en el discernimiento, significa simplemente “no tener miedo” ante el dragón rojo y sus malignas manifestaciones en la historia.
El hombre y la mujer que lucen los rasgos de María elevada a la gloria no retroceden, ni se someten: saben transformar el árido e inhóspito desierto en refugio seguro donde preservamos lo que da vida, sin usar las armas y la violencia, sino con la alegría y la oración, que se convierten en fidelidad a la promesa y al don de uno mismo. No permite que los orgullosos, los ricos, los poderosos, los corruptos se erijan en "exégetas de la vida", "manipuladores" de las conciencias y cuerpos de las personas, "ladrones" del futuro y de la esperanza (…).
Queridos hermanos y hermanas, María glorificada, totalmente llena de la “visión de Dios”, es dada hoy por la Santísima Trinidad a la Iglesia y al mundo como “signo de consuelo y esperanza segura”, para que partan en peregrinación, fuertes en la humildad y el discernimiento, como hombres y mujeres eucarísticos.
Cardenal Pietro Parolin, presidente de la Secretaría de Estado de la Santa Sede
Extractos de su homilía dada en Lourdes el 15 de agosto de 2020, fiesta de la Asunción.