Dios dice y hace. La gracia excepcional que Dios le da a María es la capacidad de decir un sí perfectamente libre ante la petición de Dios para que sea la Madre del Salvador.
María por sí misma no podría haber evitado la impronta del pecado original. Pero para Dios nada es imposible. María está llena de gracia, su Inmaculada Concepción es un don libérrimo de Dios. Eso es lo que creen los católicos. Y un protestante tampoco tiene dificultad para creer en el don gratuito de Dios. Solo necesita dejar de imaginar lo que algunos de ellos, probablemente por ignorancia, han querido pensar: que los católicos (y ortodoxos) creen que la Virgen María es Dios.
Por supuesto, ningún católico u ortodoxo cree eso. Simplemente creen que María es toda pura, toda inmaculada, desde su concepción, por gracia de Dios. Y si por casualidad alguien cree que esto no es posible, disminuye el don de Dios.
San Lucas evangelista, inspirado por el Espíritu Santo, nos comunicó la palabra del ángel kejaritomente, que significa, llena de gracia. Y así leemos nuevamente en el cántico de María ante Isabel, el Magníficat: "El Poderoso ha hecho en mí maravillas" y “todas las generaciones me llamarán bienaventurada”.
Pero este o aquel autor no católico creyó que podía demostrar lo contrario porque san Agustín (siglo V) o santo Tomás de Aquino (siglo XIII) pensaron que la Virgen María no podía haber sido eximida del pecado original antes de Cristo. Ciertamente era un tema difícil. Y Dios permitió que incluso los doctores de la Iglesia más eruditos no lo vieran claro del todo. Pero el Espíritu Santo, que asiste a la Iglesia desde Pentecostés y la conduce a la verdad completa (cf. Jn 16,13), ha inspirado a la Iglesia para interpretar las Escrituras y la Revelación de Dios.
Mientras la Iglesia no se pronunciara, los doctores y pastores podían tener opiniones diferentes. Pero, una vez que la Iglesia habló con la ayuda del Espíritu Santo, ya no se puede interpretar la Escritura de manera diferente. Los humildes reciben la luz de Dios confiando en la Iglesia asistida por el Espíritu Santo; los orgullosos encuentran allí una piedra de tropiezo.
Hervé Marie Catta