Su Majestad [Dios] sabe muy bien que solo puedo jactarme de su misericordia y, como no puedo negar lo que he sido, no tengo otro remedio que confiar en Ella, en los méritos de su Hijo y de la Virgen, su Madre, cuyo hábito llevo indignamente y que ustedes también llevan.
Alábenle, hijas mías, por ser verdaderamente las hijas de esta Madre [María]. No tienen por qué avergonzarse de mi miseria, ya que tienen una Madre tan buena.
Imítenla, consideren cuál debe ser la grandeza de esta Señora y la alegría de tenerla siempre por patrona, ya que mis pecados y el hecho de ser lo que soy no han desacreditado en modo alguno a esta santa Orden.
Pero les advierto una cosa: aunque sean hijas de tal Madre, no estén seguras de sí mismas, porque David era muy santo y vean lo que fue Salomón. No se amparen en la clausura y la penitencia del lugar donde viven.
Teresa de Ávila, El castillo interior, 3ª morada, capítulo I, 5-6