Celebramos la Natividad de la Virgen María el 8 de septiembre y pronto celebraremos su Inmaculada Concepción el 8 de diciembre.
Los evangelistas no nos dicen dónde nació María, pero el protoevangelio de Santiago —originalmente titulado "Natividad de María"— nos informa que, hace mucho tiempo, había en Jerusalén una casa llamada "La Casa de Ana". Cerca de esta casa se erigió una iglesia en honor de la Natividad de María, la cual se consagró el 8 de septiembre. El día de la consagración se convirtió en la festividad de la Natividad de María, que luego se extendió a Constantinopla en el siglo V y de ahí pasó a Occidente, a Roma, a partir del siglo VII. La festividad de su Inmaculada Concepción, celebrada nueve meses antes, el 8 de diciembre, se vinculó a ella más tarde.
La Natividad de María, apreciada igualmente por las Iglesias orientales, es también la primera gran festividad del ciclo de los santos del año litúrgico. Los textos leídos y las oraciones cantadas en esta ocasión iluminan mejor el significado del culto que la Iglesia rinde a María.
“Esta celebración, particularmente viva en la piedad popular, nos lleva a admirar en María Niña la aurora purísima de la Redención. Contemplamos a una niña como todas las demás, pero que, al mismo tiempo, es única, la «bendita entre las mujeres» (Lc 1, 42)", subrayó el santo papa Juan Pablo II durante la Audiencia General del 8 de septiembre de 2004. El soberano pontífice trazó entonces un paralelo entre la cuna de María Niña y el deber que incumbe a todo ser humano de "proteger y defender a las criaturas más frágiles" como son los niños en el mundo.