“La Santísima Virgen es muy querida y venerada en el seminario de las Misiones Extranjeras, y es también la segunda Providencia del misionero”. Así se expresaba san Teófano Vénard en una carta de 1851. No podemos expresar más claramente la devoción que abraza cualquier misionero hacia esta Santa Madre de todas las vocaciones. Yo me siento pleno, en mi corazón y en mi fe, compartiendo este espíritu mariano. Es el espíritu de un misionero que ha respondido a este llamado hasta la santidad dentro de las MEP (Misiones Extranjeras de París).
¿Por qué este espíritu mariano? Porque antes que nada, como misionera, la Virgen es un símbolo de esta entrega a la voluntad de Dios. La Virgen se ofreció y se abandonó totalmente, incluso en su respuesta al Arcángel, a la voluntad de Dios. Esta voluntad, este fiat de la Virgen se encuentra en el corazón del misionero, el de una entrega total de uno mismo. Una respuesta hecha compromiso en un sereno abandono a la llamada.
La respuesta a este llamado también la veo dentro de la gratuidad, un don de nosotros mismos por el que nos ponemos "al servicio", de manera similar a la Virgen. Una vocación que se concreta en el compromiso de cada misionero "en camino" al servicio de Dios y de la Iglesia. Así lo viví en mi servicio en China, donde la Virgen me pareció una presencia, un auxilio efectivo para mi compromiso, para mi sí sin reservas al salir de París. Le encontré en China donde me recibió a mí y a mi ministerio con los brazos abiertos (...).
Ahora, convertido en obispo de La Rochelle, la Virgen sigue estando presente una y otra vez como la continuidad de un mensaje: una gracia que encontramos cuando volvemos a Ella. No podemos olvidar que la imagen de María al pie de la cruz es también la imagen de esta fidelidad absoluta. Mi diócesis la venera como Nuestra Señora de lo Recuperado, siendo la patrona.
De hecho, nunca nos perdemos con el mensaje mariano, siempre volvemos a él. Más que un puente ya superado, es una guía, un punto focal hacia el cual mirar para la venida de Cristo, una inspiración para el pastor, para el pescador de hombres, para el obispo que soy yo.
Monseñor Georges Colomb, obispo de La Rochelle y Saintes.
Extracto de su testimonio publicado en la revista Ave Maria n° 63, marzo de 2020.