En la audiencia general del 8 de mayo de 2019, el papa Francisco rindió homenaje a María de la Concepción Cabrera (1862-1937), conocida como “Conchita”, quien fue proclamada beata en México unos días antes, el 4 de mayo.
Esta laica de México, madre de nueve hijos, llevó su vida familiar con una intensa búsqueda de Dios. En las alegrías, pero también en las pruebas de la vida, con su viudez temprana y la pérdida de un hijo toma sus cruces con valentía y las ofrece, una tras otra, al Señor, por la Iglesia y por la conversión de los pecadores. Ella sabe que “el sufrimiento en las manos de Dios siempre da buenos frutos”.
Un día, en 1889, escuchó estas palabras: “Tu misión es salvar almas”. A partir de ese momento, su vida tendrá que ser de Dios, con Dios y para Dios, una vida oculta que no busca brillar en la tierra, sino solo en el cielo, como hacen las estrellas.
Conchita entonces entiende lo que el Señor quiere realmente para ella: que imite a María. “Conchita se identifica con la Virgen María al pie de la cruz, con el sufrimiento que ofrece al Señor por la santificación de los sacerdotes”. Ella entiende que de los pecados de los sacerdotes nace todo mal y así se convierte en la madre de todos los sacerdotes, orando y sufriendo. En los gestos de los sacerdotes, Conchita ve a Jesús de nuevo, porque se identifica con María, su madre: una maternidad espiritual que se concreta en el ardiente deseo de dar a la Iglesia y a Jesús santos sacerdotes.
De sus escritos nacieron las cinco obras de la Cruz, que aún existen en México: el Apostolado de la Cruz (1895), la Congregación de las Hermanas de la Cruz del Sagrado Corazón de Jesús (1897), la Alianza de Amor con el Corazón de Jesús (1909), la Hermandad de Cristo Sacerdote (1912) y la Congregación de los Misioneros del Espíritu Santo (1914).