“Me encanta el tiempo de Adviento porque es el tiempo de la esperanza”, dice el hermano benedictino François Huot. El guardián de la ermita de Longeborgne (Valais, Suiza) explica lo que este período particular del año significa para él.
El hermano François vivió durante diez años en una ermita, en el pueblo de Bramois. El lugar es un sitio importante de peregrinación situado en el centro de Valais. Por lo menos desde principios del siglo XVI, los peregrinos han acudido ahí a confiar sus alegrías y penas a Nuestra Señora de la Compasión y a san Antonio de Padua. A la pregunta, ¿cómo vive usted la dimensión espiritual del Adviento?, el hermano responde:
“Veo el Adviento como una vida que comienza, escondido como un niño en el vientre de su madre. Es una luz que se eleva y que solo podemos ver con esperanza en la certeza de nuestra fe.
Pero es más que una luz: es la Luz del mundo escondida en el vientre de la Virgen María. Dios en María, ya está presente en medio de nosotros. Depende de nosotros descubrirlo, ser conscientes del misterio que se está realizando. Se trata de abrir los oídos al secreto que nos susurra al corazón, pidiéndonos que nos preparemos para darle la bienvenida.
Y no debemos olvidar que también es un tiempo de preparación para el regreso de Cristo. Jesús, todavía totalmente “in-fans”, esto es, que no puede hablar, ya es la Palabra del Padre en su silencio y ya está lleno del Espíritu Santo. Viene a nosotros para traernos al Padre, para acelerar el día de su último Adviento donde, después de haber cumplido en él las profecías de la Primera Alianza y de haberse sometido a todas las cosas, se someterá al Padre, para llevarnos a la Alianza eterna y sumergirnos para siempre en la vida de Dios”.
Adaptado de: catholic news