Madre sufrida, te preparas para el máximo sacrificio de tener que darle sepultura a tu Hijo Jesús. Completamente resignada a la Voluntad del Cielo, te afanas en estar a su lado. Con tus propias manos, lo depositas en el Sepulcro. Y mientras acomodas sus extremidades y estás a punto de decirle el último adiós y de darle el último beso, sientes que tu corazón se te desgarra en el pecho. El amor te clava a sus pies y manos, y por la fuerza del amor y del dolor, ¡te sientes morir con tu Hijo fallecido!
(...) Pero, oh prodigio, mientras pareces muerta con Jesús, escucho tu voz temblorosa y entrecortada de sollozos que dice:
"Hijo, oh Hijo amado, este es el último alivio que me queda para atenuar mi dolor: abandonarme a las heridas de tu humanidad, adorarlas, besarlas. Y ahora, esto también me lo quitan. La voluntad divina lo ha querido así. Y yo me resigno. Pero sabe, oh Hijo, que incluso si así lo quiero, me siento incapaz de hacerlo. Al pensarlo, echo de menos la fuerza y la vida se me escapa. Por gracia, oh Hijo, que pueda tener la fuerza para afrontar la amarga separación, permíteme que me entierre completamente en ti y que tome tu vida en mí, tus penas, tus reparaciones y todo lo que Tú eres. ¡Ah! ¡Solo un intercambio de vidas entre tú y yo puede darme la fuerza para cumplir con el sacrificio de separarme de ti!
Luisa Piccarreta Extrait de A la mère affligée