El signo del escapulario es una síntesis elocuente de la espiritualidad mariana que alimenta la devoción de los creyentes, haciéndolos sensibles a la presencia amorosa de la Virgen María en sus vidas. El escapulario es esencialmente un “hábito”. El que lo recibe es integrado o asociado de una manera más o menos íntima, a la orden del Carmelo, dedicada al servicio de la Virgen para el bien de toda la Iglesia. (...)
Las verdades evocadas bajo el signo del escapulario son dos: por un lado, la protección permanente de la Santísima Virgen, no solo en el camino de la vida, sino también en el momento del paso a la plenitud de la Gloria eterna. Por otro lado, la conciencia de que la devoción a Ella no puede limitarse a oraciones y actos en su honor, en ciertas circunstancias, sino que debe constituir un “hábito”, es decir, una orientación permanente de la propia conducta cristiana, tejida con oración y vida interior, a través de la recepción frecuente de los sacramentos y el ejercicio concreto de las obras de misericordia espirituales y corporales.
De esta manera, el escapulario se convierte en un signo de “alianza” y de comunión recíproca entre María y los fieles. De hecho, expresa concretamente el acto por el cual Jesús confió a su madre a Juan en la cruz, y por medio de él a todos nosotros (...).
San Juan Pablo II: Extracto de su Mensaje a la Orden del Carmelo (25 marzo 2001)