En Aparecida aprendemos a mantener la esperanza, a dejarnos sorprender por Dios y a vivir con alegría. La esperanza es la virtud que debe impregnar los corazones de aquellos que creen, especialmente cuando a nuestro alrededor las situaciones de desesperanza parecen desanimarnos. ¡No se dejen derrotar por el desaliento! Confíen en Dios, confíen en la intercesión de Nuestra Madre de Aparecida.
En el santuario de Aparecida y en todos los corazones unidos a María, podemos sentir la esperanza que se concreta en la experiencia de la espiritualidad, en la generosidad, en la solidaridad, en la perseverancia, en la fraternidad, en la alegría, en estos valores, que, a su vez, se arraigan profundamente en la fe cristiana.
En 1717, justo cuando salió del agua de manos de unos pescadores, la Virgen Madre de Aparecida los inspiró a confiar en Dios, quien siempre nos sorprende. Pesca en abundancia y la gracia que se extendió concretamente en las vidas de quienes temían a los poderes constituidos. Dios los sorprendió porque el que nos creó en el amor infinito siempre nos sorprende. Dios siempre nos sorprende! (...)
Que la simple sonrisa de María sea fuente de alegría para cada uno de ustedes frente a las dificultades de la vida. ¡El cristiano nunca puede ser pesimista! (...) Juntos, cerca o lejos, formamos la Iglesia, Pueblo de Dios. Siempre que colaboramos, incluso de manera simple y discreta, en la proclamación del Evangelio, nos convertimos, como María, en auténticos discípulos y misioneros
Con gran nostalgia de Brasil, les ofrezco la bendición apostólica, pidiéndole a Nuestra Señora de Aparecida que interceda por todos nosotros.