Durante una noche del año 1215, Santo Domingo velaba y oraba en la basílica de San Pedro en Roma y el Señor Jesús se apareció en el cielo teniendo en la mano tres lanzas que se disponía a lanzar contra el mundo. La bienaventurada María, su Madre, se había arrodillado, suplicándole perdonar a los que había salvado y a temperar su justicia con su misericordia.
Su Hijo le decía: ¿No ves las injurias que me han hecho? Mi justicia no cesará hasta que los crímenes sean castigados. Su madre le respondió: Como tú sabes, tú que todo lo sabes, hay una manera de acercarlos a ti, es la siguiente: tengo un servidor fiel, envíalo al mundo. El anunciará tu palabra a los hombres y ellos se convertirán y te buscarán: tengo otro servidor que nombraré su ayudante y trabajará para la misma obra. El Hijo de Dios dijo a su Madre: Tu argumento me ha desarmado; pero dime por favor a quiénes destinarás a esta gran misión (…)
En Les Fleurs Franciscaines, 2a serie, página 187