Los Oblatos de María llegaron a Lesoto en 1862. Al año siguiente, uno de ellos, el Padre José, cabalga, rosario en mano, por las altas montañas de Lesoto, visita a los cristianos diseminados en el valle. Después de un buen momento de andar, le llegan los gritos de un pueblo lejano. El Padre se detiene: “Nos llaman dice, ¡vamos!” – “¡No! Responde el catequista es un pueblo de brujas, es una trampa” –“Probablemente hay un alma que debe ser salvada ¡yo voy!” Y el Padre se dirigió al pueblo seguido de su asistente muerto de miedo.
En cuanto llegaron, las mujeres rodearon al Padre y lo llevaron hacia una casucha donde una joven de 16 o 18 años moría. “Te reclama, le dicen, ¡quiere recibir el bautismo de los católicos para ¡ir a ver a la hermosa dama! El Padre se arrodilló cerca de la moribunda: “Bautízame rápido, apúrate” murmura ella. Mientras que el catequista prepara lo necesario para el bautismo, el Padre interroga a la enferma que responde sin hesitación.
El misionero sorprendido descubre que los niños del pueblo le enseñaron la fe católica. Sin tardar le administra el sacramento. En el momento de las palabras “María, te bautizo…” una gran alegría ilumina el rostro de la joven. El Padre le pregunta de dónde viene ese deseo del bautismo: “Tuve un sueño, le dice, vi una dama blanca muy bella que me tendía los brazos diciendo: “Pide el bautismo de los católicos y vendré a buscarte”.
Muy emocionado el Padre le enseña una medalla milagrosa: “¡Es ella! ¡Es ella a quien he visto!” dice la moribunda. Besó la medalla con amor y falleció.
Testimonio de un misionero en Lesoto
Reportado en la revista Notre Dame des temps Nouveaux, n° 6-1982
Y en Colección Marianal 1986 del hermano Albert Pfleger, marista.