A principios de 1923, un joven de 16 años ingresó en el hospital Montargis (Loiret, Francia). Durante tres meses, el capellán lo visitó diariamente, preguntándole por su estado de salud. Ni una sola vez el joven, que estaba gravemente enfermo, se negó a responder al cordial saludo del sacerdote.
Un día, el paciente le pidió a la hermana enfermera que le trajera un catecismo y como esta última parecía sorprendida, él le dijo: “Quiero confesarme y necesito un catecismo porque quiero hacer bien las cosas”.
Cuando el capellán regresó, le dijo: "Hace cuatro años hice mi Primera Comunión; ¡No pasó nada, nada! Solo recuerdo la ropa muy bonita que llevaba puesta. Y también que mientras uno de nosotros leía el Acto de consagración a la Santísima Virgen, mirando a la estatua de María, le dije: “Es probable que yo sea un sinvergüenza en la vida; pero eso no importa, me consagro a ti y te pido que me protejas”. Y, de hecho, viví como un sinvergüenza; pero la Santísima Virgen me protegió, ya que ella me envió esta enfermedad que me condujo aquí, donde me confesaré y moriré reconciliado con el Señor".
El joven vivió piadosamente unas cuantas semanas más y murió como un santo…
Tomado de La retraite de 1ère communion, de Arthaud
Según : Le chapelet des enfants