El Rosario era el modo habitual del Padre Pío de conversar con la Virgen María. Llamaba a su rosario su "arma", que le permitió vencer y obtener todo.
Agradecer a la Virgen María fue para él el camino necesario para dar gracias a Dios. Él mismo fue favorecido con una gracia especial. En agosto de 1959, después de un viaje por varias ciudades italianas, la estatua de Nuestra Señora de Fátima llegó a San Giovanni. Una multitud inmensa estaba presente. Apenas la estatua había entrado en la iglesia cuando el Padre Pío fue a su encuentro. Con lágrimas en los ojos, la besó cariñosamente y le puso su rosario en las manos. Muy enfermo, volvió enseguida a su celda, desde donde observó cómo la estatua salía de ahí en helicóptero.
Entonces exclamó: «Mamá mía, cuando entraste en Italia caí enfermo. Por favor, no te marches dejándome enfermo.” Inclinando la cabeza, se sintió inmediatamente curado. Ella que le había obtenido tantas gracias había cumplido con su petición. Y a él como ministro de la reconciliación, le gustaba decir: "Me gustaría tener una voz suficientemente fuerte para invitar a los pecadores del mundo a amar a la Santísima Virgen. »