El Pabellón Pontificio de la Exposición Universal de 1937 en París, Francia, pasó por alto una estatua llamada "Notre Dame de France". Antes de la demolición del pabellón en 1938, el arzobispo de París, el cardenal Verdier, había expresado el deseo de que la estatua de Notre-Dame de Francia fuera erigida en una colina cerca de París.
Baillet-en-France, un pueblito cercano a París, dio la bienvenida a la monumental estatua de Notre-Dame de Francia, en el cruce de numerosas e importantes vías de comunicación. El 15 de octubre de 1988, el Cardenal Lustiger, acompañado por siete Obispos, entre ellos el Nuncio apostólico y 52.000 fieles de todo el país, presidió la solemne ceremonia de la bendición. Esta fue una de las manifestaciones marianas más importantes de finales del siglo.
Así, precisamente 50 años (1938-1988, duración de un jubileo) después de haber sido pronunciado, el deseo del arzobispo de París, el cardenal Verdier, se vio realizado. La bendición coincidió con el año dedicado a María por el Papa Juan Pablo II y la celebración del 350 aniversario del voto del rey Luis XIII en 1638, quien confió Francia a Nuestra Señora y la declaró reina de este país.
Para concretizar este compromiso nace el movimiento de las "Vírgenes Peregrinas", visita de amor emprendida por María desde Baillet-en-Francia hacia el mundo entero.