Las palabras de los reyes y de la gente que les acompañaba eran sencillas y emotivas. Prosternándose y ofreciendo sus dones, hablaban algo semejante: “Hemos visto la estrella, sabemos que es el Rey de reyes, venimos a adorarlo y a ofrecerle nuestros humildes regalos, etc.” Estaban encendidos de amor, embriagados de felicidad y en sus oraciones fervientes e inocentes le encomendaron al Niño Jesús (…) todo aquello que tenía valor a sus ojos, en la tierra.
Ofrecían al Rey recién nacido, sus propios corazones, alma, pensamientos y acciones (…) Estaban transportados por el fervor, las lágrimas de alegría brotaban de sus ojos, corrían sobre sus mejillas y sus barbas; creían estar también en esa estrella hacia la que, desde hacía mil años sus ancestros habían dirigido su mirada, su esperanza y sus suspiros. Todas las alegrías de la promesa cumplida después de tantos siglos se unieron en ellos.
La Madre de Dios acepta sus regalos con humilde gratitud. En un principio permanece silenciosa (…) Después abriendo un poco su velo, dirige con sencillez y gratitud a cada rey algunas palabras bondadosas.
Beata Anne Catherine Emmerich
En Les visions (Las visiones) tom0 1, capitulo XXV, La adoración de los magos