En Chartres (Francia) vivía un clérigo orgulloso, perverso, que no resistía a las tentaciones y pecaba en cada ocasión, no se preocupaba ni de ¡Pascua ni de Navidad! Este desdichado tenía un mérito: su gran amor por Nuestra Señora. Cuando encontraba una imagen, se detenía y se arrodillaba, se golpeaba el pecho, en llanto lleno de ternura y de arrepentimiento.
El diablo, trabajó de forma que muriera sin poder confesarse o pudiese hablar con un sacerdote. Nadie lo lloró y el clero rechazó acordarle sepultura. Se le ocultó fuera de los muros, en una fosa como un ladrón miserable.
La Dulce Dama, aquélla que jamás olvida a sus hijos, no olvidó a su servidor. El trigésimo día después de este hecho, ella se apareció a un eclesiástico de la ciudad, preguntándole por qué se le había infligido dicha vergüenza a su amigo. Como el sacerdote no comprendía. María le reveló la devoción del difunto, su actitud hacia ella y le pidió expresamente que lo desenterrara al día siguiente para transportarlo a un lugar ¡honorable! Lo cual fue hecho. Cuando abrieron el ataúd vieron el cuerpo intacto, saliéndole de la boca cinco hermosas rosas.
Gautier de Coincy
Les plus beaux miracles de la Vierge, (Los milagros más hermosos de la Virgen) F. Lanore, Editeur, Paris, page 81 ss