En 1510, un hecho extraordinario contribuye a darle un nuevo lustre al santuario de Maria Zell. La peste arrasaba a Zofingen. Una joven viuda, Ana Dubliken y sus dos niños la padecen. Ana recurre a María y ella y sus dos hijos se ven curados. Entonces, una sola preocupación tiene: reunir dinero para realizar su deseo de venerar ahí a la Virgen. Pero en Zofingen la religión de Cristo fue reemplazada por la del apóstata Zwingli. Y el odio fanático de éste y su furor sectario en contra de la Santa Virgen era bastante conocido. Un día que Ana pasaba ante el oratorio de la Virgen ve que un grupo de blasfemadores derribaban una estatua de la Santa Madre. Ella les ruega que se la dejen y lo consigue; pero no sabe cómo llevarse la estatua. Le pide a uno de ellos ayuda. « Tu ídolo es demasiado pesado para mis espaldas, le dice el blasfema, lo voy a echar ahora mismo a la fosa. » Ana aterrada le da todo el dinero que tiene. El hombre continúa el camino. Cuando recibe la última moneda que le queda a la viuda, le deja la estatua y huye. Ana no puede separarse de su tesoro. Reza y espera. Mientras tanto uno de sus hijos ve una moneda a los pies de la santa imagen. La madre, entonces, escarba el suelo y encuentra en el mismo lugar una vasija llena de monedas de plata. En eso pasa un cochero, ella le ofrece la mitad para que la conduzca con sus hijos y la estatua a un lugar llamado Sursee, donde ella cuenta su aventura. En medio de la admiración de todos, la estatua es llevada al santuario de Maria-Zell, desde entonces la devoción hacia María crece cada día.