Yo acudía a María en todas mis necesidades. Le ofrecía la coronilla del Rosario, siempre de rodillas, haciendo tantas genuflexiones como Avemarías o besando el suelo en igual número. Ella fue siempre para mí como una Madre, nunca me negó su ayuda. Me dirigía a Ella con toda confianza, sintiendo que bajo su protección maternal no tenía nada que temer. Me consagré a Ella para ser para siempre su esclava, suplicándole que no me suspendiera esa condición. Le hablaba como una niña, con simplicidad, como a una Madre bondadosa por quien sentía un amor pleno de ternura. Si entré a la Visitación, fue porque el nombre adorable de María me atraía. Sentía que ahí encontraría lo que buscaba.