El misterio de la Anunciación se centra en el momento en el que el Verbo divino se hace carne en el seno de la Virgen. Este momento simboliza (entre otras cosas) cómo cada discípulo cristiano debe aceptar a Jesús en su propia vida.
Jesús es el Don divino que Dios Padre ofrece a la humanidad caída. Cada año debemos prepararnos para la fiesta de Navidad reflexionando tanto sobre la gratitud de este Padre divino como sobre la generosa bondad de este Don que es el Hijo divino.
Otra forma de meditar el Misterio de la Anunciación es reflexionar sobre cómo María recibe el Don divino de Jesús. María es la primera y más fiel discípula de Jesús. Ella no sólo intercede por cada uno de nosotros, sino que también es nuestro modelo. Esto significa que cada vez que se la menciona en el Nuevo Testamento, debemos pensar en cómo podemos imitar sus virtudes como la primera y mejor discípula.
En la escena de la Anunciación, María ejemplifica muchas virtudes, siendo la más importante la humildad. No es coincidencia que las palabras “humilde” y “humildad” deriven del vocablo latín “humus”, que significa “suelo” o “tierra”. María está “enraizada” en Dios, y se podría decir “con los pies en la tierra”, por su humildad. Ella sabe lo que es y nunca intenta ser alguien que no es. Pero esta humildad no le impide quedar profundamente sorprendida por el mensaje de Dios que le revela que está destinada a ser la Madre del Mesías. Sin embargo, sin ninguna seguridad de lo que esta vocación exigirá de Ella, pone todo bajo la voluntad de Dios: "Hágase en mí según tu palabra".
Padre Thomas Hoisington