Aquí, mis amados hermanos, os suplico que consideréis cuánto debemos a la bienaventurada Madre de Dios, y qué acciones de gracias le debemos delante de Dios por tan gran beneficio.
Porque este Cuerpo de Cristo que Ella dio a luz y llevó en su seno, que envolvió en pañales, que alimentó con su leche con tanta solicitud maternal, es este mismo Cuerpo el que recibimos del altar. Es su Sangre la que bebemos en el sacramento de nuestra redención.
Esto es lo que sostiene la fe católica y lo que enseña la Santa Iglesia. No, no hay palabra humana que sea capaz de alabar dignamente a aquella de quien el Mediador entre Dios y los hombres tomó su carne. Cualquier honor que le demos está por debajo de sus méritos, pues es Ella quien ha preparado en sus entrañas puras la carne inmaculada que nutre las almas...
San Pedro Damián (1007-1072)