¿Invocar la intercesión de la Santísima Virgen equivale a olvidar a Cristo? ¿Cómo podemos entender que María “reparte” gracias? He aquí las explicaciones del padre Serafino M. Lanzetta, franciscano mariano y autor de Semper virgo (ed. Via Romana), en respuesta a las preguntas de Constantin de Vergennes, para France Catholique:
Constantin de Vergennes: ¿Qué queremos decir exactamente cuando decimos que María es “mediadora” de la gracia?
P. Serafino Lanzetta: La Virgen María es mediadora de gracias porque no solo presenta nuestra oración a Dios de manera perfecta, ¡sino que contribuyó, con Jesús, a la formación de la gracia como tal, ya que lo llevó en su seno! También debemos volver al mensaje del ángel durante la Anunciación. Es una oración mariana que explica claramente que María está “llena de gracia”… Por eso, recordemos que, si no se hubiera dado el saludo angelical, ¡no habría habido Encarnación! Rezar avemarías es, por tanto, rezar los misterios de la encarnación del Verbo, presente con nosotros a través de María.
C.V: Esta noción de mediación y, más en general, de oración a la Virgen, encuentra una objeción común: ¿por qué no rezar directamente a Jesús?
S.L: Simplemente porque debemos seguir los mismos caminos que recorrió Cristo, que vino a nosotros a través de la Virgen María. Como subrayó san Luis María Grignion de Montfort, ¡hay que “ir a Jesús por María”! Los teólogos que dicen que debemos orar “directamente” a Jesús, no entienden el concepto de mediación de María. Debe entenderse no como un obstáculo levantado entre Cristo y nosotros, sino como la participación de la Virgen —que llevó a Jesús en su seno— en los misterios de Cristo.
Además, la noción de mediación se encuentra en otras partes de la vida cristiana: el sacerdocio, por ejemplo, es una mediación en la que el sacerdote desempeña el papel de mediador entre los fieles y Cristo. Pero la mediación por excelencia sigue siendo la realizada por Nuestra Señora. La tradición cristiana no se equivoca: la oración a la Virgen es una larga tradición de la Iglesia. Ya en el siglo III encontramos la oración de consagración del “Sub tuum praesidium”, que pide a la Virgen María que nos deje refugiarnos bajo su protección.