Aislar a María del apostolado sería ignorar una de las partes esenciales del Plan Divino. “Todos los predestinados”, dice san Agustín, “están en este mundo escondidos en el seno de la Santísima Virgen donde son guardados, nutridos, mantenidos y engrandecidos por esta buena Madre hasta que les dé a luz a la gloria después de la muerte.”
Desde la Encarnación, concluye con razón san Bernardino de Siena, María ha adquirido una especie de jurisdicción sobre toda misión temporal del Espíritu Santo, de modo que ninguna criatura recibe gracias sino por sus manos.
Pero, a su vez, el verdadero devoto de María se vuelve todopoderoso sobre el Corazón de su Madre. Por tanto, ¿qué apóstol podría dudar de la eficacia de su apostolado si, a través de la devoción, tiene a su disposición la omnipotencia de María sobre la Sangre Redentora?
J.B. Chautard, extracto de L'âme de tout apostolat (“El alma de todo apostolado”). Edición: P. Téqui / Em. Vitte, 1920.