Menos solemne que la Asunción, la natividad de María es celebrada con alegría por el pueblo cristiano, así como la natividad de Juan Bautista. Ambas anuncian el amanecer de la salvación. A través de la oración, el nacimiento de María y su maternidad divina se entrelazan.
La Iglesia de Jerusalén fue la primera en honrar la memoria de la Natividad de la Madre de Dios, con una celebración que seguramente adoptó Roma hacia finales del siglo VII, cuando el papa Sergio I la dotó de una procesión.
El nacimiento de María es signo seguro de nuevos tiempos. El Antiguo Testamento llega a su fin y encuentra su cumplimiento en una alianza nueva y eterna que Dios concluye con la humanidad.
La alegría es la nota dominante de esta celebración. Todos los siglos llaman bendita a la Virgen que dio a luz al Hijo del Padre eterno. Esta festividad es común entre las Iglesias orientales.
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