29 de octubre – Italia: Nuestra Señora de Follina (1150)

A través de su reino, María quiere darnos la libertad

© Shutterstock/jorisvo
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Acercarse a María y al señorío de su amor es abrirse a la purificación interior, para poder recibir las gracias de su Hijo sin obstáculos de ningún tipo.

El término “purificación”, desde el punto de vista del culto y la liturgia, significa limpiar a una persona u objeto para que sea digno de Dios. Por tanto, el primer acto de purificación en nuestra vida es el agua del bautismo, que nos mueve de un estado de separación de Dios a la filiación divina. Es hermoso pensar que una de las tareas de la Virgen es purificarnos para que podamos mantener nuestra unión original con la Santísima Trinidad.

A veces, son sus lágrimas las que nos limpian de las heridas de nuestros pecados; otras veces, vierte en nuestras almas el bálsamo de su ternura, cuando nos ve más desanimados; y, en momentos de alegría, nos purifica con la mezcla de sus perfumes, que dan a nuestra alma una profunda presencia de Dios.

Esta tarea de purificación requiere un esfuerzo diario para limpiar nuestra alma de forma que podamos percibir el Reino de Dios. (…) Si queremos que la Virgen Santísima reine verdaderamente en nuestros corazones, para que nos haga buenos hijos de Dios, podemos preguntarnos: ¿cuáles son los aspectos de mi vida que necesitan ser purificados?, ¿intento canalizar todos mis afectos y pensamientos a través del corazón de María?

La purificación es el primer paso para disfrutar de la libertad que la Virgen María quiere darnos a través de su reinado. Al entregárnosla como Madre, Jesús le encomendó una tarea muy específica: forjar en nosotros un corazón nuevo, capaz de tener los mismos afectos que los de su Hijo.

María nos ayuda así a realizar en cada uno de nosotros las palabras proféticas de Ezequiel: “Os daré un corazón nuevo, pondré un espíritu nuevo dentro de vosotros. Quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, os daré un corazón de carne. Pondré mi espíritu dentro de vosotros y os haré andar en mis leyes, guardar mis preceptos y ser fieles a ellos” (Ez 36, 26-27).

¿No es la principal tarea de una buena madre cultivar poco a poco la sensibilidad de sus hijos, para que puedan disfrutar de este mundo para gloria de Dios?

Adaptado de: www.opusdei.org 

 

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