María no es una bella y sublime desviación de la línea recta que debe ser el camino que conduce a las almas al Señor, su meta suprema.
Digo más: si eliminamos a María, no solo no enderezamos la línea, no acortamos la distancia, sino que pasamos por alto a Dios y a su Hijo, alargando el camino, haciéndolo mucho más complicado y peligroso.
Explico mi pensamiento con una comparación: María no es el vestíbulo del palacio del Rey Jesús, ni la antesala que retrasa la audiencia. Ella es el santuario, siempre vivo y al mismo tiempo íntimo, que nos ofrece y da el Corazón de Dios, el Amado, en todo momento y en toda circunstancia.
P. Mateo en Jésus, Roi d’amour (Jesús, Rey de amor), Editions Téqui, París 1980, pág. 398.