En China, en la provincia de Kiang-Nan —informa un misionero—, la devoción del Rosario es tan antigua como la fe y quizás a él le deba su conservación. En las parroquias, los fieles llevan el rosario en el ojal y no están menos orgullosos de este adorno que de una cruz o de una cinta en otras partes. También María les concede, a cambio, señales tangibles de su protección. Solo daremos un ejemplo:
Una mujer pobre, presa de todo tipo de desesperaciones y en malos términos con su marido, se vio terriblemente tentada a suicidarse y comunicó al misionero su plan fatal. Él hizo todo lo que pudo por disuadirla y, después de instarla a poner toda su confianza en María, le regaló un rosario, recomendándole que nunca se separará de él. Un mes después regresó y dijo a su confesor:
“Padre mío, ten piedad de mí; ¡Soy digna de lástima! Si todavía existo, si no me he hundido en el infierno, no es culpa mía. No escatimé nada para hacerme morir; pero, increíblemente, no lo logré. Tragué monedas de cobre oxidado y bebí enormes dosis de veneno en varias ocasiones, y solo sentí dolor de estómago acompañado de vómitos horribles. ¡Cuántas veces me dispuse a precipitarme al río y siempre una mano invisible me sujetaba al borde del agua!: mis pies se negaban a dejar la tierra, por mucho que intentaba despegarlos. (…) Tenía en lo más profundo de mi alma la íntima convicción de que era una víctima destinada sin esperanza a la condenación”.
Sin embargo, el misionero supo que la infortunada mujer, fiel a su recomendación, nunca se había separado de su rosario, a pesar de todas las sugerencias del enemigo de la humanidad. “Ya basta —le dijo— ve y humíllate a los pies de la buena Madre”. Una conversión sincera fue el fruto de esta protección especial.
Extracto de los Annales des Missions de la Chine (Anales de las misiones en China)