De origen inglés, Simón Stock nació en el seno de una familia muy ilustre del condado de Kent, del que su padre era gobernador. Cuando lo llevaba en su seno, su madre lo dedicó a la Santísima Virgen. A menudo se le veía estremecerse en los brazos de su madre, cuando esta pronunciaba el dulce nombre de María. Para calmar sus llantos y lágrimas, bastó con obsequiarle una imagen de la Virgen María. Aún no tenía un año cuando se le escuchó varias veces articular claramente el saludo angelical. Esta devoción temprana solo puede surgir de un movimiento extraordinario del Espíritu Santo.
A los 12 años, Simón se retiró al desierto en el hueco de un árbol, de donde recibió el sobrenombre de Stock, que en inglés significa "tronco". Aunque el tronco del árbol donde se había instalado no le ofrecía la libertad de tumbarse a dormir, en este precario alojamiento tomaba su breve descanso. San Simón Stock pasó 20 años en completa soledad, alimentando su alma con los celestiales deleites de la contemplación.
Habiéndose privado voluntariamente de la conversación de los hombres, disfrutó de la de la Virgen María y de los ángeles, que lo exhortaban a perseverar en su vida de renuncia y amor. La Reina del Cielo le advirtió que pronto vería llegar a Inglaterra ermitaños de Palestina. Añadió que debía asociarse con estos hombres, a quienes Ella consideraba sus siervos.
De hecho, Jean Lord Vesoy y Richard Lord Gray de Codnor regresaron de Tierra Santa, trayendo consigo algunos ermitaños del Monte Carmelo. Dócil a las indicaciones de la Madre de Dios, Simón se unió a estos padres en 1212.
Elegido vicario general de la Orden del Carmelo en 1215, trabajó con todas sus fuerzas para obtener de Roma la confirmación de su Orden para Occidente. Apareciéndose en sueños al papa Honorio III, la Madre de Dios le hizo conocer sus deseos y, en 1226, el Papa confirmó la Regla de los Carmelitas.
La Virgen se apareció un día a su siervo, toda inundada de luz y acompañada de una gran cantidad de almas bienaventuradas. Ella le entregó un escapulario, diciéndole: «Recibe, hijo mío, este escapulario, como señal de una estrecha alianza conmigo. Te lo doy como hábito de tu orden. Será para vosotros y para todos los carmelitas un excelente privilegio y quien lo lleve nunca sufrirá el fuego eterno. Es la señal de la salvación en los peligros y de la feliz posesión de la vida que nunca terminará».
La devoción al escapulario de Nuestra Señora del Carmen se extendió no solo entre el pueblo, sino también entre reyes y príncipes que se sintieron muy honrados de llevar esta marca de los siervos de la Virgen.
San Simón Stock murió en la ciudad de Burdeos, mientras visitaba sus monasterios. La Iglesia añadió sus últimas palabras al saludo angelical: “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte».
Adaptado de: www.viechretienne.catholique.org